lunes, 21 de diciembre de 2009

El cuento de los tres hermanos

El cuento de los tres hermanos


Había una vez tres hermanos que estaban viajando a través de un solitario y tortuoso camino en el crepúsculo. Justo a tiempo, los hermanos llegaron a un río muy profundo para vadearlo y muy peligroso para atravesarlo nadando. Éstos hermanos estaban educados en artes mágicas, por lo que ellos simplemente agitaron sus varitas e hicieron un puente aparecer por encima de la peligrosa corriente. Estaban en la mitad del camino atravesando el puente cuando se dieron cuento de que su camino estaba siendo bloqueado por una figura con una capa negra.
La Muerte les habló. Estaba furiosa de haber sido engañada por tres víctimas, comúnmente, los viajeros se ahogaban en el río. Pero la Muerte era astuta. Pretendió felicitar a los tres hermanos por su magia, y les dijo que le daría a cada uno un premio por haber sido lo suficientemente listos como para eludir a la Muerte.
Entonces el hermano mayor, quien era un hombre muy combativo, pidió la varita más poderosa que haya existido: una varita que tuviera que ganar siempre los duelos de su dueño, ¡una varita digna de una mago que haya conquistado a la muerte! Así que la Muerte se fue hacia un árbol de saúco que estaba a orillas del río, creó una varita de una de sus ramas, y se la dio al hermano mayor.
Luego el segundo hermano, quien era un hombre arrogante decidió que quería humillar a la Muerte aún más, y pidió el poder de regresar a las personas que habían ido con la Muerte. Entonces la Muerte tomó una piedra del fondo del río y se la dio al segundo hermano, y le dijo que la piedra tendría el poder de traer de vuelta a los muertos.
Y después la Muerte preguntó al hermano menor lo que quería. El hermano menor era el más humilde e inteligente de sus hermanos, y no confiaba en la Muerte. Así que pidió algo que le permitiera irse de ese lugar sin que la Muerte pudiera seguirlo. Y la Muerte, a regañadientes, le dio su propia Capa de Invisibilidad.
Luego la Muerte se hizo a un lado y permitió a los tres hermanos continuar su camino, y ellos lo hicieron, hablando animados sobre la aventura que acababan de tener, y admirando los regalos de la Muerte.
En su debido momento se separaron, cada uno hacia su destino.
El hermano mayor viajó por una semana o más, y llegando a una villa distante, buscó a un mago que conocía con quien había tenido una discusión. Naturalmente, con la Varita de Saúco como arma, no falló en ganar el duelo que se dio. Dejando a su enemigo muerto en el suelo, el hermano mayor entró a una posada, donde gritó ruidosamente sobre la poderosa varita que había tomado de la Muerte él mismo, y de cómo ésta lo hacía invencible.
Esa misma noche, otro mago se infiltró en el cuarto del hermano mayor mientras dormía, ebrio de vino, en su cama. El ladrón tomó la varita y, para asegurarse, cortó la garganta del hermano mayor.
Mientras tanto, el segundo hermano viajó a su propia casa, donde vivía solo. Ahí él sacó la piedra que podía hacer volver a los muertos, y la giró tres veces en su mano. Para su sorpresa y alegría la figura de la mujer que alguna vez esperó desposar, antes de que ella muriera prematuramente, apareció frente a él.
Sin embargo, ella estaba fría y triste,, separada de él por algo como un velo. Aunque ella había regresado al mundo mortal, ella no pertenecía realmente allí y sufría por ello. Finalmente el segundo hermano se volvió loco y sin esperanzas, se suicidó para unirse realmente con ella.
Y la Muerte se llevó al segundo hermano consigo.
Pero aunque la Muerte buscó al hermano menor por muchos años, él nunca lo logró encontrar, fue sólo cuando era muy viejo que el hermano menor se quitó Su Capa de Invisibilidad y se la dio a su hijo. Entonces recibió a la Muerte como un viejo amigo y se fue con ella felizmente, y, como iguales partieron de ésta vida.

Cuento original de J.K. Rowling.
Traducido de su versión original en inglés.

Esto no es una imitación del trabajo de J.K. Rowling. Es sólo una facilitación para todas las personas que no tienen en su país la versíon traducida de éste cuento a la venta (si es que existe).
Es contra la ley usar esta traducción para fines comerciales.
Disfrútenlo =D

martes, 1 de diciembre de 2009

Sin Título

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Nunca supe cómo empezar esa balada que me pediste, sabías que no sé nada de música, siempre lo supiste, y aún así me la pedías. Creías que tu amor era capaz de hacerme lograr cosas imposibles, te equivocaste.
***
Desperté ese día más temprano de lo normal, tú aún dormías, no te había visto en semanas, pero estaba nervioso por ti, nunca estás tranquila antes de un examen. Esperaba en la cama un mensaje tuyo, una llamada o lo que fuese.
Decidí no hacer caso, saldrías bien. Me bañé, tú dormías. Me puse mi uniforme del colegio, tú dormías. Desayuné y me fui, tú dormías.
El día estaba nublado, te gustaban los días nublados. Te mandé un mensaje de texto: “Suerte hoy.” Los árboles se movían al ritmo de tu respiración, podía sentirte, tú dormías. Dejé de preocuparme, ya debías estar estudiando otra vez, era un día importante para ti.
Al igual que todos los días, llegué más temprano de lo normal. Estando solo, sentado en la misma banca de todos los días, junto a la puerta cerrada de todos los días, donde se veían los rayos del sol entrando sin avisar, cortando la niebla entre la que casi podía ver tu cara. Yo leía, pero no ponía atención, pensaba en ti, tú dormías.
-¿Qué le pasa hoy? Anda distraído.
-Es el día de ella.
Todos quedaron con la duda.
Salía ya del colegio, tú llorabas. Reviso mi celular y tengo un mensaje tuyo. Emocionado lo leí, quería saber cómo te había ido. “Me quedé dormida…”
***
Mi hombro aguanta tu cabeza, soy una esponja de lágrimas y lamentos.
-Ese examen no lo es todo…
-¡Era mi futuro!
-Puedes buscar otro, y seguro será mejor…
-Eres demasiado optimista, pareciera que nunca hubieras enfrentado un problema.
-¿Tú qué piensas del amor?
-¿Por qué preguntas eso ahora?
-Quería hacerte olvidar el examen.
Nos miramos y ambos sonreímos. Nos quedamos en silencio… Yo deseaba estar así siempre, tú no querías soltar más lágrimas frente a mí.
Eras valiente y querías encontrar valor en mí. No te dabas cuenta que yo buscaba lo mismo en ti, te amaba, te admiraba, tú me querías, a veces lo dudabas. Yo te escribía mil cartas de amor, tú me dibujabas una sonrisa en tu cara, satisfecha. Nunca me quisiste como yo te quise a ti, aunque a veces me amabas demasiado.
-Debo irme ya.
Intento darte un beso y tú giras la cabeza tiernamente, la giraste de forma que tu cabeza dijo: “Otro día… hoy no.” El beso cayó en tu mejilla como cientos de gotas de lluvia.
Te vas y no quiero dejarte ir, te sigo sin que me notes. Llegas a tu casa y abres la puerta, yo abro tu ventana, cuando entras a tu cuarto encuentras una rosa con un papel: “Otro día… hoy no.”
Camino hacia mi casa y no dejo de pensar en ti, tú miras la luna invisible tras las nubes de esa noche nublada. Empezó a llover…
***
Cuatro tazas de harina, y la mantequilla la cremaba junto con tus lágrimas invisibles. Un poco de leche que se evapora en un beso que no se logró dar bien.
La cocina calmaba tus penas, y yo te enseñaba a cocinar. Me gustaba dejarte descubrir tus propias recetas para que las apreciaras mejor. Te preguntaba cosas que yo ya sabía, y tu sabías que lo sabía, pero aún sabiéndolo, contestabas, creabas las respuestas, me gustaba que hicieras eso. Jamás seguiste por completo mis instrucciones… ese aspecto de tí me volvía loco. Siempre cocinabas de noche y cuando se podía ver la luna.
-Señorita, ¿me permitiría un baile con usted?
-¿Por qué me lo preguntas de modo tan formal?
-Le juro que mis intenciones con usted son las mejores.
-No hay música…
-Hagamos nosotros la música.
-No sabes nada de música…
Al decir eso no la dejé continuar, tomé su cintura en mis brazos y empezamos a bailar, ella cerró los ojos, yo la levanté en el aire y se sintió al caer como un terremoto en mi corazón, recorrimos la cocina como soñábamos recorrer el mundo, bailando los dos sin saber cómo.
Tú pensabas en una música de balada, yo pensaba en un tango. Pero eso no le importó a nuestros cuerpos que tenían movimientos iguales, no importó en ese momento nada, sólo queríamos seguir bailando, te pedí que nos detuviéramos, aunque no lo quería en realidad, tú moviste la cabeza de arriba abajo, pero aún así continuamos. Este baile eterno de notas desiguales nos unía, las notas fueron haciéndose similares hasta que se fundieron en un beso, eterno, uno que logró combinar un tango y una balada.
Cayó un rayo.
Nos separamos por motivo de éste, volví a ver tu cara, tenías la mirada hacia abajo y llovía en tus ojos. Me quedé viéndote y me perdí en ti. Fue un notorio olor a quemado lo que me hizo despertar otra vez.
-¡El horno!- gritaste y sacaste tus penas ya quemadas. Noté una lágrima bajar por tu mejilla y caer en el pan, ya negro.
La lluvia que había anunciado el rayo empezó a caer, pero no era como la lluvia común, el sol alumbraba las gotas al caer, formando un amplio arco iris.
Una sonrisa se dibujó en tu rostro húmedo.
-Hazme una balada.
***
Me invitabas siempre a las actividades a las que ibas, nunca supe si fue por tenerme cerca o porque no querías ir sola, yo siempre te acompañaba, no me importaba a qué, sólo quería estar cerca de ti, lo único que odiaba eran algunas personas de tus actividades, hombres que, aunque no lo hacían, yo creía que te coqueteaban. Cuando pasaba eso debía disfrazar el fuego del enojo en una hipócrita sonrisa.
-Oye- dijo uno de ellos.
Los dos volvimos a ver, te llamaban a ti.
-¿Haces algo los domingos por las mañanas?
Sonreí y puedo casi jurar que sentiste mi hipocresía.
-No- respondiste mientras mi rostro borraba esa sonrisa.
-Es que tal vez…
No ponía atención a lo que ese patán estaba diciendo, sólo quería que se fuera ya.
-… si no te importa, me gustaría que….
No podía aguantar más, en mi cara empezaba a notarse la furia, mis puños temblaban. Sabía que no tenía derecho de estar celoso, nunca has sido mía. No puse atención a lo que dijo hasta que llegó al final.
-Sería un honor que me acompañaras.
No podía creerlo, no quería entenderlo. Sin dejarte responder me levanté ruidosamente y me fui. No pude aguantar estar más tiempo ahí sin golpearlo. No lo podía golpear pues no tenía derecho a sentir celos. Una lágrima rodó por mi mejilla y al caer al suelo lo dejó infértil por siempre. Tú sentías mi enojo y mi amargura.
-Encantada te ayudaré- y saliste a buscarme.
Nunca he pensado en la suerte que tuve que no me encontraras esa noche, no te servía verme así.
Caminé a mi casa, la lluvia empezó a caer y a salpicar mis lamentos, el agua se combinaba en mi cara con el ácido que salía de mis ojos y no dejaba notar el que estaba llorando.
Llegué a mi casa empapado de ti. Te mandé un mensaje: “Perdona, no pude aguantar más”. Y llovió aún más fuerte.
***
Jamás pensé que todo lo que había pasado junto a tí estuviera relacionado y menos que tuviera un resultado.
Te conocí, eras igual a mí en lo que amaba de mí mismo, eras diferente a mí en las pocas cosas que odiaba de mí. Me aconsejabas acallar mi complejo de superioridad, pero sabías que era infinito cuando no estabas. Te sentía tan perfecta… pero sabía que eras imperfecta.
Tú revelaste ante mí todo lo malo en el mundo, yo te enseñé que el mundo se aprecia hasta que lo hayas visto en blanco y negro. Yo te confesé todos mis miedos y vergüenzas, tú me hiciste ver que el miedo era mental y que la vergüenza en sí era algo ridículo.
Eras mi ejemplo a seguir y yo el tuyo. Pero yo no sabía tanto de ti como creía, yo creía que sabía todo.
-Ya no me importa el examen.
-Nunca te debió haber importado.
-Era imposible que no importara.
Silencio.
Sabías que mi silencio no significaba absolutamente nada.
No quería que te importara tu examen porque era mi culpa que te hayas quedado dormida ese día.
-Perdóname- y una lágrima rodó por mi cara.
No me respondías.
-No debí haber escogido ese día para ir contigo y volver tan tarde.
Tu silencio me hería. Querías mi silencio también y tapaste mi boca.
Nos quedamos en silencio, sentados, eso bastaba. Toda mi culpa se fue, y por primera vez sentí tu cuerpo. Empecé a cantar, desentonando, sin melodía. Tú reíste.
Me levanté y ofrecí mi mano que fue aceptada por la tuya, y bailamos la canción más desafinada que dos personas han bailado jamás. Era tu canción favorita aunque fuera la primera vez que la escuchabas, la canción más romántica, aunque no hablara de amor…
***